Comentario
Desde V. G. Childe la explicación del proceso de neolitización de Europa se sitúa en un debate entre la relación de éste con el observado para la zona del Oriente Próximo. La mayor antigüedad del inicio de subsistencia en las zonas orientales y la inexistencia en las latitudes europeas de las especies salvajes que sean objeto de unas prácticas agrícolas y ganaderas por los grupos neolíticos del viejo continente son cuestiones que han polarizado el debate tradicional en torno a dos posiciones: la difusión de estas innovaciones a partir de la zona del Próximo Oriente y, por otra parte, las que potencien la posibilidad de una neolitización autóctona.
La primera concepción establece el origen de la transformación socioeconómica como el resultado, en último término, de una colonización por parte de poblaciones originarias de la zona oriental. Sería esta colonización el motor primario de un cambio cultural situado en una perspectiva rupturista entre las últimas sociedades de cazadores-recolectores y las primeras sociedades agrícola-ganaderas. Los principios básicos sobre los que se sustenta esta concepción insisten en la superioridad de las formas económicas de producción sobre las de caza-recolección, así como en el potencial crecimiento demográfico de las poblaciones neolíticas que permite la existencia de unos excedentes y que se canalizaría hacia la ocupación de nuevos territorios. Las evidencias del registro que permiten desarrollar esta hipótesis se hallan en la inexistencia de los agrotipos de cereales y leguminosas y de ovicápridos objeto de domesticación en las zonas europeas. Los modelos y vías de difusión no constituían ningún obstáculo, dado que los movimientos de población eran factibles a lo largo de los grandes valles y la navegación era conocida desde el Mesolítico. Por otra parte, la cronología absoluta de las primeras manifestaciones agrícola-ganaderas muestra, en términos generales, una variación cronológica, de mayor a menor antigüedad del este al oeste mediterráneo y de las latitudes meridionales hacia las septentrionales. En los años sesenta esta concepción fue matizada, por parte de un sector de los investigadores, considerando el proceso de difusión como un factor de características limitadas (circulación de productos, influencias) y otorgando un proceso más intenso a las poblaciones mesolíticas, resultando un proceso de cambio más complejo, dominado por un fenómeno de aculturación activa. Algunas evidencias del registro permiten establecer esta hipótesis como la inexistencia de una ruptura global entre el registro del Mesolítico y el Neolítico europeos, en particular en aspectos como los patrones de asentamientos, los tecnocomplejos líticos y en cierta medida las estrategias de subsistencia, donde sólo se habría producido una sustitución de las especies locales por otras alóctonas de mayor rentabilidad.
La segunda concepción, de tipo poligenista, expone que no todos los mecanismos productivos llegaron a Europa a través de la difusión, sino que las transformaciones pueden tener un origen autóctono. Se establece una crítica al modelo anterior con la duda acerca de la capacidad demográfica del Oriente Próximo para la expansión de población, así como la visión actualista de la distribución de agrotipos de cereales y ovicápridos domésticos. Esta posición insiste en la inexactitud de la oposición entre poblaciones mesolíticas y neolíticas, basándose en la insuficiencia de las evidencias morfológicas (salvaje/doméstico) para explicar las complejas relaciones entre hombres y recursos, observable desde el Mesolítico europeo con la explotación de especies salvajes controladas o la existencia de manipulaciones vegetales significativas, pero sin que el resultado sea una morfología doméstica. Muestran la necesidad de observar la revolución neolítica de Europa no como un conjunto global que se implanta ex novo, sino en la necesidad de observar las variaciones existentes y significativas, como la existencia de aldeas mesolíticas plenamente sedentarias, la probable existencia de domesticaciones locales...
Los estudios más recientes insisten en el fenómeno del difusionismo como la explicación de la neolitización de Europa. Un trabajo de A. Ammerman y L. Cavalli-Sforza muestra la correspondencia entre las frecuencias genéticas de la población actual y el gradiente cronológico del proceso de expansión del neolítico desde el Oriente Próximo a Europa occidental, explicando ambos factores como consecuencia de una actividad migratoria aleatoria y de reducida movilidad, causada, en último término, por el potencial crecimiento demográfico de las poblaciones. Estas estimaciones les han permitido determinar matemáticamente unas medias de expansión situadas en los 25 kilómetros por generación, o un kilómetro por año, según el modelo de avance en oleadas, eso sí, condicionada a las características intrínsecas de las diferentes regiones (substrato socioeconómico y cultural), a los diferentes tipos de ecosistemas, etc. Consideran, por otra parte, que no se puede dudar del motor que representa el aumento demográfico, relacionado directamente con el crecimiento de la tasa de fertilidad: el nuevo modo de vida campesina ofrece más estabilidad y mayor seguridad en la subsistencia. Esta teoría, no obstante, se fundamenta en una perspectiva de análisis actualista, que para el estudio de la antigüedad puede resultar ciertamente arriesgada y, en cierto modo, no siempre ajustable a los datos del registro arqueológico.
Por otra parte, el paciente desarrollo de estudios microrregionales sigue mostrando una diversidad de soluciones y la dificultad de establecer un modelo general para la globalidad de la zona. La progresiva evidencia de amplios fenómenos de colonización en los valles de Europa central contrasta en las zonas meridionales, principalmente en la cuenca mediterránea, con una cierta continuidad de algunos sectores del registro (patrones de asentamientos, prácticas económicas) entre poblaciones mesolíticas y primeros agricultores. Los fenómenos de domesticación local de bóvidos en el centro de Europa y probablemente de cerdos en las zonas mediterráneas nos indican una explicación más compleja, donde el substrato tiene un papel activo en el proceso de transformación. Parece, pues, que los excesos del difusionismo así como del poligenismo no pueden explicar el fenómeno en que la expansión espacio-temporal, dependiente del mosaico cultural que los acoge y transporta, es tan diversa que la explicación tiende hacia una combinación evolutiva de transformaciones locales y de importaciones técnicas o de especies.
El fenómeno de expansión y consolidación del Neolítico comporta, además, una dinámica de relación entre dos modos socioeconómicos que necesariamente se interrelacionan. Para esta problemática, las propuestas de A. Gallay siguiendo en parte las propuestas de Alexander, inciden en este fenómeno. Según este autor, el proceso de neolitización tendría una doble vertiente, con consecuencias a menudo difíciles de discernir: la desculturación de los agricultores que se adaptan a nuevas condiciones ecológicas y que ocupan nuevos ecosistemas, y la aculturación de los cazadores-recolectores locales. Las aculturaciones (o transferencia cultural) se producirían a varios niveles: tecnológico (agricultura, ganadería), estético (por ejemplo, estilos cerámicos), etc. El funcionamiento de la expansión agrícola obedecería a un movimiento constante de fronteras móviles con el avance del nuevo modo de producción en fases sucesivas. En un primer momento (fase pionera), se produce la implantación de las comunidades campesinas sobre nuevas tierras y, siguiendo la misma dinámica de las sociedades agrícolas, por el mecanismo de segmentación social se avanza hacia tierras más fértiles; el proceso se estabilizará (fase de estabilización) y se llegará a un equilibrio entre los principios de segmentación y de reunión sociales, con una mayor fijación sobre el territorio y ante lo que parece ser el fin de la frontera máxima de la expansión agrícola; en último lugar, se llega a una fase de crecimiento con la estructuración social en jefaturas y el predominio de los principios de reunión por encima de los de segmentación.
En el desarrollo de las comunidades neolíticas de Europa, al igual que en las del Próximo Oriente, se pueden observar dos grandes fases que se caracterizan por una relación entre la rápida ocupación progresiva de los territorios de mayor facilidad de acceso y productividad, en un primer momento y, en segundo lugar, su expansión hacia zonas secundarias (zonas altas, zonas más boscosas), así como la consolidación de la nueva economía de producción y la estabilización de la población en las zonas ocupadas con anterioridad. La primera fase cubre, en términos generales, del VII milenio a finales del V y en ella se produce la ocupación de zonas llanas, con suelos fértiles y abundancia de agua.
En esta fase, se observa el desarrollo de los complejos culturales en las regiones del Egeo con los grupos de Pre-Sesklo y Sesklo, en la zona de los Balcanes (Starcevo) y las primeras comunidades en Italia meridional. En la zona del Mediterráneo occidental se desarrolla el horizonte de cerámicas impresas (cardial), y el Neolítico Antiguo en la zona de Europa central.
La segunda fase comprende desde mediados del V milenio hasta inicios del II milenio, produciéndose, por una parte, la colonización de las tierras menos fértiles, zonas interfluviales y áreas altas, que suponen unas mayores dificultades para la adaptación ecológica y para su explotación económica. Ello supone el desarrollo de las primeras sociedades agrícolas en la vertiente atlántica y en la zona nórdica de Europa, así como la ocupación, a partir de Europa central y mediterránea, de las zonas prealpina y alpina. Por otra parte, se constata en las regiones de mayor tradición agrícola una estabilización de los grupos culturales, observándose un aumento de las aglomeraciones poblacionales, que en determinados casos pueden presentarse bajo formas defensivas. Se produce, asimismo, la aparición y primer desarrollo de las sepulturas megalíticas. Este horizonte se observa en las agrupaciones culturales como el Chassey en Francia, fases de vasos de boca cuadrada en Italia o la fase de sepulcros de fosa en Cataluña.